En el mundo de la escritura de la historia en México abunda lo que muchos colegas conocemos como la autocensura. Legado de una larga tradición de libertad de imprenta (y de expresión) más simulada que real, la autocensura es ese mal hábito por el que quienes escribimos de historia algunas veces nos mordemos la lengua y decidimos no pasar el límite de lo que, literalmente, es políticamente correcto.

No tememos represalias o persecuciones, no señor, tememos algo peor: que el esfuerzo realizado no se vea recompensado, o lo que es lo mismo, que el libro o el artículo que nos costó tanto trabajo no se publique por aquello de que pueda herir susceptibilidades.

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Hay quienes pueden aducir que eso es cosa del pasado, que se trata de una cuestión generacional de aquellos que crecimos en la prehistórica etapa de los años setenta y ochenta y que el México de hoy es muy distinto. Para quienes osen afirmar lo anterior tengo una respuesta categórica: ¡mentiras!

Para afirmar lo anterior me remito al año 2012, cuando se estrenó la película Colosio, el asesinato. Además de hacernos recordar a varios un episodio lamentable en la historia reciente del país, lo que me indignó es que en los diálogos no se le llamara a la gente por su nombre, que Carlos Salinas de Gortari, José María Córdoba Montoya y los hermanos Ruiz Massieu jamás fueran nombrados, tan sólo referidos. En su momento me hizo recordar a Martín Luis Guzmán y su obra La sombra del caudillo, libro que publicó desde su exilio en España y en el que tuvo cambiar los nombres de los protagonistas para evitarse problemas con Plutarco Elías Calles, entonces conocido como el “jefe máximo” de la Revolución mexicana.

Quienes afirman que en el México de hoy ya no hay autocensura ignoran la realidad de muchos periodistas, quienes se ven imposibilitados a cumplir su compromiso con la verdad so pena, tal como sucedió con Guzmán en su momento, de verse privados de su vida o de perder a un familiar cercano.

Si bien en estos tiempos que corren, donde el desinterés por la cultura es tremendo, ningún historiador se juega la vida por dejar a un lado la “autocensura” al adentrarse en los páramos de lo políticamente incorrecto; lo cierto es que los periodistas no pueden darse ese lujo. Tienen que sopesar sus ideas, domar la pluma y doblegar las ansias no sólo para cumplir con su deber, también para poder dar gracias al final del día de que aún conservan la vida y a sus seres queridos. A todos ellos mi más profundo reconocimiento.

Íñigo Fernández Fernández

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Íñigo Fernández Fernández es licenciado y maestro en historia por la Universidad Iberoamericana, y doctor en documentación por la Universidad Complutense de Madrid. Autor de los libros Cápsulas de historia contra el aburrimiento. Pequeñas y Entretenidas Dosis de Historia de China, Grecia, Egipto y Roma Antiguas; El debate fe razón en la prensa católica y liberal de la capital mexicana; ¿Cómo se ha escrito la historia? Una alternativa para la enseñanza de la historiografía a preuniversitarios; Historia de México. Curso para Preparatoria. Es profesor e investigador en la Universidad Panamericana, puedes contactarlo en: infernan@up.edu.mx.