Nacimos sin peluca blanca y sin toga negra. Tenemos una sola perspectiva y constantemente nos falta contexto. Sin embargo, sobre todo en la actualidad, la gente se convierte en expertos a través de las redes sociales. Ellos poseen la verdad absoluta y tienen la última palabra.

“Estados Unidos creó ISIS” es una de las frases que más he escuchado desde los ataques por parte del Estado Islámico en París y Líbano. Todos creen, todos opinan y todos saben; y resulta que siempre tienen la razón. La gente cree saber todo acerca de una tema nada más por leer una nota en el periódico y, en lo que respecta a los jóvenes, con lo que escuchamos en la mesa de comida.

Jimmy Kimmel, presentador y cómico estadounidense, entrevistó hace poco menos de un año a cinco niños para preguntarles sobre política. Al pedirle a uno de los niños que le explicara la diferencia entre demócratas y republicanos, el niño, de unos cinco años, le dijo que “a los demócratas les importan las personas y a los republicanos no”. ¿Cómo un niño de cinco años llegó a tal conclusión? Claramente lo escuchó de la boca de alguien más; probablemente sus padres.

Actualmente en las escuelas les enseñan a los niños que “no hay preguntas/aportaciones tontas”, aparentemente todo lo que tienen que decir es inteligente e interesante. Y aunque, en efecto, muchas veces quedarse con la pregunta es quedarse en la ignorancia, hay veces que debemos de ahorrarles a las personas las estupideces que deambulan por sus cabezas.

Alfonso López Quintás, autor de La defensa de la libertad en la era de la comunicación, reafirma esto con la siguiente frase: “con cierta frecuencia personas se valen de su situación y su fácil acceso al gran público para sentar plaza de maestros en cuestiones que apenas conocen como aficionados”. Y es cierto, las redes sociales ampliaron la libertad de expresión. No obstante, esta ampliación llevó a una gran cantidad de comentarios ignorantes y por lo tanto tontos.

Entiendo que todos generen una opinión acerca de un tema. Pero, uno: la opinión debe estar argumentada. Dos: debe de ser propia y no plagiada; uno puede (y muchas veces es necesario) basarse en otros, sin embargo apropiarse de la «a» a la «z» de opinión muestra la falta de una propia. Tres: debe de ser razonable; en otras palabras, lo absurdo es, en automático, estúpido. Cuatro: se debe tener conocimiento fundamental del tema; no tiene porqué ser una investigación exhaustiva y profunda, sin embargo, uno debe de tener información proveniente de más de una fuente; es decir, las diferentes perspectivas son elementales, uno en realidad no puede tener una opinión si sólo conoce un lado de la moneda. Cinco: si se tiene una opinión se debe de entender que los demás también la tienen, por lo tanto, pensar que uno tiene la ‘verdad absoluta’ y no aceptar los argumentos de otro, la palabra ‘opinión’ ya no es válida.

Ahora bien, ¿quién soy yo para ‘opinar’ esto? Tengo 20 años, estoy en el segundo año de la carrera y se podría decir que apenas estoy conociendo el mundo. Sin embargo, como parte de la generación de los Millennials y con un celular en mano prácticamente todo el tiempo, sé lo que es estar rodeada de personas que creen que poseen la verdad absoluta nada más porque tienen fácil y rápido acceso a la información gracias a Internet; entiéndase, casi siempre, Wikipedia.

Hay una frase, convertida en camisa, en la que un recién graduado dice “le quisiera agradecer a Google, Wikipedia y al copy-paste”. Y es cierto, buscas casi cualquier cosa y la primera página que aparece en el buscador es Wikipedia; y ganarle a la tentación es casi imposible. Wikipedia, sin embargo, y como muchos maestros nos aseguran, no siempre dice la verdad. Pero las personas, sobre todo los jóvenes de hoy, resultan ser bastante ingenuos (hecho que resulta contraproducente dado que, al contar con tanta información, debería de ser otro el caso) y se creen lo primero que les dicen. Resulta ahora que si Internet dice ‘salta’, nosotros decimos ‘qué tan alto’ sin poner peros y sin preguntar más. Y lo peor de todo es que, después, juramos que es nuestra opinión y nos convertimos en los jueces del mundo.

Maite Mainero