En esta época y con tantas cosas que se viven dentro y fuera del encierro, todos tienen historias de pandemia que contar. Algunas son más personales que otras, sin embargo, cualquier anécdota es digna de contarse, solo hay que encontrar el momento indicado.

Para esta primera historia, me gustaría hablar sobre las pasiones. Hay muchas cosas que envuelven una pasión, pero uno de los más importante es la voluntad. Nos vemos impulsados a superar nuestros miedos por un deseo de satisfacción, un deseo que por voluntad propia escogemos.

Por ello, a pesar de la crisis sanitaria en la que nos encontramos a nivel mundial, centramos nuestra atención en un joven de 18 años, llamado Cristian López que vive en una sección norte de la Alcaldía Azcapotzalco. Lo que sucedió con él, fue que una mañana decidió retomar una actividad que antes de la cuarentena, era normal para cada fin de semana.

Historias de pandemia: Estamos de vuelta

Cristian miró por última vez el interior de su mochila. Adentro llevaba su botella de agua, llaves, un cambio de ropa y un objeto que ocupaba la mayor parte de su desgastado morral. Lo colocó en su espalda mientras suspiraba recordando la última vez que había hecho esa misma acción, hace varios meses atrás. Sin embargo, su vista seguía fija hacia delante, en el espacio donde el tiempo se detiene y solo existe él y el deporte mismo. 

Ya en la bicicleta analizó la ruta, eran las 7:40 de la mañana. Serían unos 20 o 15 minutos de camino y la cita era a las ocho, no había duda de que llegaría temprano. Apenas empezó a pedalear, Cris sintió el viento fresco, resultó que ni su pants o chamarra oscuras, fueron suficientes para obstruir el paso del aire frío y su cuerpo comenzó a temblar.

La Alcaldía ha sido una de las más importantes en apoyo al desarrollo del deporte en los últimos años.

La Alcaldía ha sido una de las más importantes en apoyo al desarrollo del deporte en los últimos años. | Fuente: Shutterstock

Giró a la derecha en el Deportivo Reynosa, estaba cerrado, al igual que todos los demás deportivos. En ese momento, apenas iban cuatro meses de cuarentena, pero debido a los cambios constantes del semáforo, nadie sabe con exactitud cuándo lo volverán a ser abiertas las instalaciones. Llegó a otra esquina y tomó la ciclo-pista que lo llevaría cerca de su destino de juego. Después se encontraba frente a la estación del Metrobús “Las Culturas”. Estaba a nada de llegar y su corazón palpitaba como loco en una mezcla de emoción y nervios. Apenas podía escuchar el claxon de los autos porque estaba absorto con una sola idea. Sí vas a poder, se decía.

La bicicleta se elevó y bajo de golpe, regresándolo a la realidad y frente a él tenía el lugar donde jugaría. Hay dos canchas. La principal y la otra que tiene la peculiaridad de ajustar las canastas según sea el caso. A un costado hay gradas techadas por una lámina y a sus espaldas está la bodega, donde se guardan balones o conos. Hay árboles y una reja que rodean toda el área lo que las hace parecer un poco escondidas a simple vista.

Una señora con pantalón ajustado, tacones bastante altos, playera negra y lentes obscuros, estaba sentada detrás del anotador de los puntos, además habían unos cuantos señores del equipo contrario, uniformados de azul, llamados PGR. Fuera de ahí, no había nadie más, ni el equipo de Cristian. El joven se bajó de la bicicleta y la colocó en un lugar a la vista, después procedió a ponerse su uniforme rosado con patrones negros y el nombre en pecho del equipo, Quetzales. Amarró sus tenis. Por último, sacó el objeto que más peso hacía en la mochila y lo botó con suavidad, respiró hondo y entró a la cancha a hacer unos tiros de práctica. Ninguno entraba.

Divisó a dos hombres vestidos con pantalón negro y playera gris con un estampado en el pecho del lado izquierdo, los árbitros. Detrás de ellos, llegaban a paso ligero unas personas con uniformes rosados y patrones negros similares al suyo. El equipo llegaba tarde, al primer partido después de tanto tiempo sin jugar. 

Se reunieron todos en círculo y señalaron a Cristian diciendo que iba al centro de todos y que confiaban en él. 

Entonces ahí iba de nuevo, un chico flaco y moreno, con un uniforme rosado y número ocho en la espalda, listo para volver al juego. Dio la mano de todos los presentes, pero su cabeza seguía dando vueltas. El momento había llegado y Cris no controlaba los nervios. Sucedió que el árbitro lanzó el balón al aire para el salto inicial y todo se detuvo. 

El balón llegó a las manos del chico con uniforme rosado y número ocho, sus instintos se activaron y al instante supo hacia donde ir y cómo seguir en juego. En una reacción a causa de la adrenalina se impulso a empezar el juego, que lo tenía alejado de sus cuatro paredes y todas las normas sanitarias a causa del coronavirus. Estaba de vuelta en el juego y eso era todo lo que importaba.

El deporte no puede parar

Descubrimos a lo largo de este relato, que es difícil no ceder ante un impulso claro del corazón, ya que el juego lo lleva Cris en la sangre. Si bien, las condiciones no son las mejores para regresar a un partido, hay un dicho en baloncesto que dice que la oportunidad rompe el sistema, y esta oportunidad rompió la cuarentena para un jugador de una pequeña zona de Azcapotzalco.

Las canchas de la Alcaldía fueron remodeladas en 2017.

Las canchas de la Alcaldía fueron remodeladas en 2017. | Fuente: Alcaldía Benito Juárez.

Hay que enfrentar que tarde o temprano, el resto de la población deberá superara el miedo al contagio, para ajustarse a la «Nueva Normalidad» que ya tenemos encima nuestro y no nos queda de otra más que aceptarlo. 

«Cualquier cosa puede pasar dentro de un juego, cualquier pase puede ser la clave del éxito o de la derrota. Es una explosión de sentimientos difícil de explicar, no sabes en realidad qué sientes», comento Cristian López durante la entrevista.