Vestidos de morado, el Papa Francisco y un desfile de Obispos y sacerdotes celebran la misa del primer domingo de Cuaresma frente a miles de personas en Ecatepec, Estado de México, el día de hoy, 14 de febrero.

El evento ha sido sumamente esperado durante meses. La gente estuvo ahí desde la noche anterior. Cualquier persona que tuviera la intención de ir debía salir de su parroquia entre 9 y 10 de la noche en camiones para llegar a Ecatepec y soportar el frío y el hambre. Pero también llenos de hambre de fe y unas ganas extraordinarias de compartir la misa con el Santo Padre y ver su cariñosa sonrisa.

Empezó la ceremonia. El coro sonaba angelical y transmitía un sentimiento de solemnidad. La presencia de Dios se podía sentir, incluso si uno veía la misa por televisión.

El evangelio fue el correspondiente a hoy: el primer domingo de Cuaresma. Para la Iglesia Católica la Cuaresma corresponde a los cuarenta días previos a la Pascua. Son la preparación para la muerte y Resurrección de Jesús. En este pasaje del Evangelio, Jesús es tentado por el demonio mientras pasa cuarenta días aislado en el desierto.

Con esa voz dulce y el acento argentino que ya conocemos, el Papa comenzó una homilía en la que nos recordó que la Cuaresma es un momento para regresar.

“La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o en algún ‘cajón de los recuerdos’”.

Nos habló de Dios como un Padre bueno que “sabe tener un amor único pero no sabe generar y criar ‘hijos únicos’”, y que nunca debemos olvidar que somos hijos de Dios, lo cual es un “sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia”. Que aprovechemos esta cuaresma para la conversión pues 

“Este sueño se ve continuamente amenazado por el padre de la mentira”.

El Papa señaló que en el episodio del Evangelio que se leyó este domingo, vemos cómo Jesús venció tres tentaciones, que en la actualidad nos invaden a todos y “buscan degradar y degradarnos”.

La primera es la tentación de la riqueza. El Papa dijo que hoy en día, la riqueza consiste en estar “adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí y ‘para los míos’. Es tener ‘pan’ a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta es el pan que se le da de comer a los propios hijos”.

La segunda tentación que enfrentó Cristo, y está presente en el mundo de hoy, es la de la vanidad, que es “esa búsqueda de prestigio en base a (sic.) la descalificación continua y constante de los que ‘no son como uno’. La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la ‘fama’ de los demás, ‘haciendo leña del árbol caído’”.

La última tentación es la del orgullo. Ese orgullo dañino que hace que las personas se sientan superiores a los demás, por la razón que sea y que nos hace rezar: “Gracias Señor porque no me has hecho como ellos”.

El Papa nos pidió en la homilía que seamos conscientes de estas tres tentaciones, y así evitar acostumbrarnos a ellas, pues son un veneno y lo único que hacen es “degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado”.

Las palabras de Su Santidad alcanzaron un clímax de emoción cuando dejó el texto a un lado y dijo:

“Si nos fijamos, Jesús no le contesta al demonio con palabras propias. Si no con las de la escritura. Porque hermanos, con el demonio no se dialoga. No se puede dialogar, ¡porque nos va a ganar siempre! Solamente la fuerza de la palabra de Dios lo puede derrotar”.

Con la fuerza de estas palabras, el Papa invitó a los miles de fieles a repetir con él tres veces: “Tú eres mi Dios, en ti confío”. El ambiente de fe y esperanza en aquella misa multitudinaria se contagió en todos aquellos que de alguna forma la vieron.

El resto de la ceremonia y la Consagración no fueron menos emotivos. El coro le dio la solemnidad que una misa así de simbólica merece. Al terminar la celebración, el obispo de Ecatepec, Óscar Roberto Domínguez, pronunció unas palabras de agradecimiento y dijo que rezaríamos a la Guadalupana para que siempre cuide a Su Santidad.

Antes de concluir, el Papa rezó el Angelus con los fieles y les dirigió unas palabras. Con amor, exclamó que “esta tierra tiene sabor Guadalupano” a lo cual la gente respondió con un grito de emoción.

Finalmente, el Papa Francisco dio su bendición y con esa misma mirada de cariño se subió al papamóvil para regresar a la Ciudad de México.

María Bolio