Juan Ricardo o, como lo conocen los vecinos de la colonia Del Valle,  “El Robavacas” –apodo que adquirió en el momento en el que un colega lo invitó a formar parte de las calles– es un cuidador de autos desde hace 13 años que trabaja en la calle San Lorenzo.

Don Juan exprime una de las dos franelas que tiene para lavar los coches. Con un optimismo evidente se acerca a nosotros secándose el agua de las manos en la playera desgastada de su equipo favorito: el Cruz Azul. Su tono de voz es casi tan fuerte como un claxon y se une al movimiento de sus desgastadas manos en un mismo son. Mientras escuchamos la historia de su vida Juan se levanta la gorra para dejar ver sus canas y secarse el sudor de la frente, señal de que la vida en la calle no es nada sencilla. Sin embargo, emana una felicidad inmensa al contar lo que hace para vivir; nos presume con algarabía el gafete que le proporcionó el gobierno del Distrito Federal, mismo que ha sido su escudo ante los abusos de las autoridades.

“Los vecinos me conocen de hace mucho, puedes preguntarle a quien sea; algunos me dicen o me decían ‘El Robavacas’ porque cuando llegue traía mi bigotote, mi sombrero y mis botitas”: Juan Ricardo

Juan se ha vuelto parte de la vida cotidiana de los vecinos de la cuadra. Desde hace más de 13 años “El Robavacas” se ha esforzado por ganarse el respeto y la confianza de los vecinos, a quienes ha hecho sentir más seguros que con los mismos policías.

Residente de una de las colonias más antiguas de la ciudad, la colonia Guerrero, ubicada en el centro histórico capitalino, Ricardo comienza su día a las cinco de la mañana –de no se ser así no le rinde el día para ganar el dinero necesario para vivir–; su hija de 16 años, quien carece del sentido de la vista y el oído, ha sido el motor principal de su lucha constante en las calles.

“Tango una hija discapacitada, sordomuda, por ella estoy aquí. Tengo que comprar medicinas, auxiliares auditivos, y valen caros, y aparte las terapias que valen $150 por hora, y a veces nos va de la fregada, pero ahora con el permiso mínimo ya no me quitan lo que saco”, nos cuenta.

Su primogénito, de 17 años, decidió abandonar sus estudios para apoyar a la familia a salir adelante. Actualmente es ayudante de hojalatero y eventualmente regresará a las aulas por iniciativa de su padre.

Desde hace varios años existe en el Distrito Federal la controversia acerca de los franeleros: ¿son un apoyo o un estorbo para nuestra caótica ciudad? En 2013 el gobierno del D.F. inició el programa piloto Reordenamiento de los cuidadores y lavadores de vehículos, que en el principio se implementó en la colonia Jardines del Pedregal, de la delegación Álvaro Obregón, regularizando y capacitando a 48 monitores viales.

Los principales objetivos del Programa Piloto de Regulación de Monitores Viales son:

  • Diferenciar entre los cuidadores y lavadores de automóviles de los que buscan apropiarse de la calle: “la actividad se protege, las malas conductas se sancionan”.
  • Brindar a los ciudadanos mexicanos una herramienta que permita vigilar y monitorear la conducta de este gremio, identificándolos y poniendo a su disposición el contacto necesario para su denuncia.

El Gobierno del D.F. explica que este programa apoya a los fraileros debido a la falta de oportunidades de trabajo en la Ciudad de México.

En la Ciudad de México, una de las más grandes del mundo, la falta de oportunidades se incrementa provocando a su vez el aumento de la economía informal –oficios que incluyen desde el ambulantaje hasta el cuidado de vehículos en las calles, pasando por muchas otras actividades en las vialidades–.

Según una nota periodística de Carmen Luna publicada en CNN Expansión, en el segundo trimestre de 2015 el número de mexicanos que trabajó bajo estas condiciones de economía informal sumó 29.1 millones y representó 57.8 por ciento de la población ocupada.

Juan es uno de los afortunados fraileros que porta el gafete que el Gobierno del Distrito Federal le proporcionó. Sin embargo, antes de obtenerlo vivió diferentes abusos y extorsiones por parte de las autoridades. Relata que pocos días antes de nuestra visita hubo un operativo en el que se llevaron a varios fraileros de la cuadra por no cumplir con la “cuota” que los policías les exigían. Menciona que gracias al gafete dichos sucesos no le afectan personalmente, sin embargo, el abuso de las autoridades puede dañar tanto moral como físicamente, a pesar de contar con el permiso otorgado por el gobierno.

“El Robavacas” dice con coraje: “Hubo un operativo hace unas semanas, levantaron botes y todo, y dicen que mucho apartadero pero pues yo no, y no puedo hacer nada, lo voy a poner en la mesa ahora que vaya a recoger nueva credencial, para que se entere la delegación que estos señores hacen lo que les place tengas o no gafete”.

Se habla de que en diferentes zonas de la Ciudad de México existe una mafia detrás de la labor de los franeleros, es por eso que muchos de ellos son rechazados por la sociedad. En 2013 se publicó un artículo en el periódico El Universal que dejaba ver momentos en los que las autoridades recibían cuotas por parte de los franeleros para que éstos a su vez pudieran exigir una cuota específica a los automovilistas. Una de las tantas regulaciones presentadas en el programa para los monitores viales consiste en evitar este tipo de extorsión y abuso de ambas partes hacia los ciudadanos, de aquí que estos últimos perciban como una mafia el trabajo de los franeleros. Sin embargo, parte de nuestra investigación consiste en mostrar la otra cara de los ciudadanos que viven de la economía informal y que siguen las normas que les son asignadas para poder trabajar de manera digna.

“Tenemos unos policías que quieren para su agua y no se vale. Yo estoy lastimado de las piernas, se me reventó una varice y aquí ando sin seguro peleando este lugar como una leona pelea por su cachorro”, narra Juan.

Abusos de este tipo afectan la vida cotidiana de la gente que se encuentra en la economía informal, como es el caso de Juan Ricardo, quien aparte de soportar abusos de las autoridades tiene que cubrir con gastos médicos como los de su hija, que son aún mayores por la discapacidad que tiene.

El vínculo que ha establecido este franelero con los vecinos ha creado una visión diferente, por lo menos para ellos: que la vida no brinda las mismas oportunidades a todos y que trabajar en las calles no siempre es símbolo de corrupción y delincuencia. Don Juan se ha dado a la tarea de entrar en la cotidianeidad de las vidas de los colonos, situación que ha desarrollado un vínculo de confianza y hasta afecto por dicho personaje. Pudimos ser testigos de la familiaridad que existe cuando algún vecino sale a la calle y lo saluda con gusto.

Uno de los requisitos necesarios para el trámite del gafete/chaleco es recolectar firmas vecinales que aprueben la labor del franelero en la zona deseada, situación que fue muy sencilla para Juan Ricardo ya que contaba con años de antigüedad antes de que entrara esta regulación.

Andrea Pineda y Gerardo López

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Este reportaje forma parte de una serie de textos que se trabajó en la clase de Periodismo especializado, a cargo de la profesora Verónica Sánchez, durante el segundo semestre de 2015.