Hay que ser sinceros: el último año con los Wizards no fue una despedida. El verdadero y significativo adiós de Michael Jordan fue en el desenlace de la década de los noventa con los colores de los Chicago Bulls. Entre tantos recuerdos, como los 47 puntos ante Atlanta, el tiro final ante Utah o el título, también brilla la noche definitiva en el Madison Square Garden. Un baile de sangre en las zapatillas de Jordan.

Por amor y respeto a La Meca del baloncesto, Michael quería darle algo especial al partido. No solo con su actuación, sino con lo que portaría en la duela: sus Air Jordan I originales con 14 años de antigüedad. Para este entonces ya nada era igual, el escolta ya tenía cinco anillos de campeón y su pie ya no era el mismo, midiendo un número más del que eran sus tenis (12 ½). A jugar.

Todo estaba listo, 19 mil asistentes, partido con transmisión a nivel nacional en sábado y un duelo interesante entre los veteranos New York Knicks y unos Bulls más que encaminados a la postemporada de la campaña 97-98. Además, Jordan llegaba con un promedio superior a los 30 puntos en los tres encuentros anteriores contra los Nuggets, Kings y Blazers. La velada tenía asegurada un espectáculo más de Su Majestad.

La primera mitad presenció 25 puntos del No. 23 con duelo cerrado a 43-46, pero algo no estaba bien: “Para el medio tiempo mis pies estaban sangrando, pero estaba teniendo un buen juego y no quería quitármelos”.

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Una vez más, el ímpetu y la valentía de Jordan se pusieron por delante. Ahora venía lo más complicado. Pero para los Knicks.

Bandeja en pintura. Triple. De media distancia. Libres perfectos. El ídolo de la Ciudad del Viento no permitía que la quinteta de Jeff Van Gundy se alejara por doble dígito, por lo que el capítulo final predicaba un pabellón totalmente de pie. Tras remontar el marcador (102-89), con Jordan y Scottie Pippen como figuras, Phil Jackson -con poco más de un minuto por jugar- sacó al primero para que recibiera una ovación de aplausos por 15 segundos con 42 unidades sobre él -22 desde la línea de suspiros-, 8 rebotes, 6 asistencias, 3 robos y 1 bloqueo.

Si le hacía falta guardar un recuerdo en el baúl, este momento entró como anillo al dedo. A pesar del doloroso final que enfrentó.

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«No podía quitarme las zapatillas lo suficientemente rápido. Cuando logré quitármelas, la calceta estaba empapada en sangre», comentó a ESPN tras el partido. «Es divertido volver aquí y jugar, y recordar algunos de los viejos tiempos y algunas de las cosas, algunos de los partidos que he tenido aquí, y los zapatos fueron parte de eso. Mis pies me están matando».

En su momento, el hexacampeón había encestado la mayor cantidad de puntos por parte de un rival (55) en el Garden. Ahora, los dejaba con este deleite de baloncesto. No cabe duda que las luces del recinto más emblemático del mundo siempre estuvieron a su favor y, sin odio, Michael salió de Nueva York ese día como el rey de la jungla.