Esta pandemia va para largo. No queda muy bien decirlo para no bajar la moral —tan necesaria en estos tiempos— ni ser ave de mal agüero. También porque no tenemos certeza. Después de todo, si algo tenemos hoy es incertidumbre. Sin embargo, hemos pasado de ir pensando en que esto sería breve y pasajero, hasta vernos ya en casi ocho meses de unas circunstancias que hace un año ni siquiera soñábamos que podían suceder.

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Los países han seguido distintas estrategias con resultados variados. Todas las medidas ha sido provisionales con el fin de evitar que colapsen los sistemas sanitarios con lo que para unos es un virus asintomático, para muchos algo parecido a una gripe fuerte y para otros —a los que hay que cuidar entre todos— una enfermedad mortal.

Aclaro, el objetivo de las medidas simplemente es controlar, contener y aplanar la famosa curva de contagios. La vacuna llegará, eventualmente, pero a pesar de estar acostumbrados hoy a la inmediatez. comenzamos a entender que no se puede meter prisa a la ciencia, y que incluso entre tener una vacuna que funcione y que esta llegue generalizada a toda la población, hay un buen trecho.

Así que la nueva normalidad efectivamente va a ser la normalidad durante un tiempo. Desde luego, hay que cuidarnos y cada vez aprenderemos a hacerlo mejor. El asunto es, ¿a qué le damos prioridad? Los gobiernos tienen claro que lo suyo es reactivar la economía, por eso permitirán cada vez más actividades con normalidad, bajo el riesgo de cada uno. Si yo voy a un restaurante o al cine, por ley tienen que cumplir los requisitos de aforo, distancia y desinfección, pero ya será decisión mía si voy o no. Es decisión de cada uno cuánto se arriesga y cómo se cuida.

El reto de nuestros días

Un poco más complicado es el caso de la educación. Por un lado no es un servicio que se ofrezca a la libre decisión de un consumidor, como un cine o un restaurante. Si una escuela o una universidad decidiera que sus clases fueran presenciales, los alumnos tendrían que acudir, con todo el riesgo que eso implica. Por lo tanto las autoridades no tiene como prioridad reabrir escuelas y universidades, tanto más porque pueden continuar en línea a diferencia de otros ámbitos.

También hay que decirlo: estudiar en línea es duro. Las pantallas cansan los ojos. Es más difícil poner atención y el profesor encuentra más obstáculos para mantener el interés y seguimiento de los alumnos. Sin embargo, es el único modo de hacerlo que tenemos hoy, y desde luego en muchos lados intentamos hacerlo cada vez mejor, aprovechando las ventajas de este medio, como las horas ahorradas en traslados, al menos en las ciudades.

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Ante semejante situación, lo mejor que alguien con edad universitaria puede hacer es seguir avanzando en sus estudios porque puede.

En momentos de crisis, esperar a que haya una coyuntura ideal y retrasar lo que sí podemos hacer es considerablemente imprudente. Es sencillo: si hay algo que no podemos recuperar de todo lo que está pasando es el tiempo.

Este tiempo que hoy tenemos, con sus limitaciones, y que podemos aprovechar para que cuando la pandemia pase —que pasará, tarde o temprano— nos encuentre de la mejor manera posible: preparados, formados, de ser posible por una institución que esté poniendo todo su esfuerzo para hacerlo lo mejor posible en estas circunstancias. La educación no será prioridad de la economía, quizá tampoco lo sea de muchos gobiernos, por eso educarte debe ser una decisión tuya, de cada estudiante, o no será.

Aprovecha la oportunidad que tienes hoy para crecer.